La educación es una herramienta que transforma vidas
El aprendizaje real en la clase depende de la habilidad del profesor para mantener y mejorar la motivación que traían los estudiantes al comienzo del curso (Ericksen, 1978). Sea cual sea el nivel de motivación que traen los estudiantes, será cambiado, a mejor o a peor, por lo que ocurra en el aula. Pero no hay una fórmula mágica para motivarles. Muchos factores afectan a la motivación de un estudiante dado para el trabajo y el aprendizaje (Bligh, 1971; Sass, 1989), como por ejemplo el interés en la materia, la percepción de su utilidad, la paciencia del alumno… Y no todos los estudiantes vienen motivados de igual manera. Y lo que sí está claro es que los estudiantes motivados son más receptivos y aprenden más, que la motivación tiene una influencia importantísima en el aprendizaje.
Lo que sí parece ser cierto es que la mayoría de los estudiantes responden de una manera positiva a una asignatura bien organizada, enseñada por un profesor entusiasta que tiene un interés destacado en los estudiantes y en lo que aprenden. Si queremos que aprendan, debemos crear condiciones que promuevan la motivación.
Empecemos con unos primeros consejos para motivar:
– Apoyarles, diciéndoles de vez en cuando que pueden hacerlo bien.
– Intentar crear en clase una atmósfera abierta y positiva.
– Ayudarles a sentirse miembros valorados de una comunidad que aprende.
Si somos profesores, nuestro trabajo podría decirse que consiste en enseñar, pero tal vez mejor debiéramos decir que se trata de que nuestros alumnos aprendan. Por poner un símil, nosotros les damos los ladrillos, o les indicamos cómo encontrarlos, para que ellos construyan la “casa del conocimiento”. Nosotros no podemos construir la casa (ellos son los que deben aprender, ahí está la palabra aprendizaje), pero somos claramente responsables de que se construya mejor o peor.

Hay diversos estudios realizados con el estudio de la motivación de los estudiantes universitarios. Sass (1989) obtiene que las 8 características que más contribuyen a la motivación de los alumnos son:
– El entusiasmo del profesor.
– La importancia del material.
– La organización de la asignatura.
– El nivel apropiado de dificultad del material.
– La participación activa de los estudiantes.
– La variedad en el uso de tecnologías docentes.
– La conexión entre el profesor y los estudiantes.
– El uso de ejemplos apropiados, concretos y entendibles.
El estudio de Clegg (1979) cita 5 items relacionados con el entusiasmo y la expresividad del profesor. Otros aspectos que aparecen:
– Explicar claramente el material de la asignatura.
– Dejar claro al alumno que el profesor quiere ayudarle a aprender.
– Definir claramente los objetivos de la asignatura.
– Dejar claro cómo cada tema está relacionado con los demás de la asignatura.
– Realizar un sumario de manera que ayude a la retención de los conocimientos.
– Usar el sentido del humor.
– Introducir ideas estimulantes sobre la asignatura.
– Estar disponible para ayudar a los alumnos individualmente.
Se plantean con idea de que puedan utilizarse las que se consideren pertinentes.
Depende del contexto de las características de la asignatura, del curso, de los conocimientos previos, del tamaño del grupo, etc., la utilización de unas u otras, aunque algunas se consideran fundamentales para la motivación (al menos, así lo indican los estudios).
Si queremos construir algo, tenemos que saber primero en qué tipo de terreno nos apoyamos:
1. Empezar conociendo a los estudiantes y a su situación inicial.
Para poder empezar a darles los ladrillos será necesario primero conocerlos y saber de sus habilidades y fortalezas, para poder ofrecerles un tipo u otro de ladrillos.
Creo que todos hemos aprendido de nuestra experiencia que aquellos profesores que no ponían ningún interés en aprender los nombres de los alumnos no llegaban a conectar con ellos y no inspiraban el aprendizaje. Recuerdo que mis mejores profesores eran los que realizaban un esfuerzo extra para aprender los nombres de los alumnos de una manera rápida. No podemos decir que estamos preocupados por el aprendizaje de los alumnos si no les conocemos.
Realizar un esfuerzo en aprender de una manera rápida los nombres, aunque sea en un grupo amplio. Algunas pistas:
– Aprovechemos un detalle curioso: los alumnos tienden a ocupar todos los días el mismo asiento que ocuparon el primer día o en una proximidad razonable. El primer día de clase, podemos aprovechar para pedirles que rellenen una ficha en la que indiquen, además de su nombre, el interés que tienen por la asignatura, qué creen que van a aprender, qué expectativas tienen ante la asignatura… y aprovechar parte de esta primera clase para que algunos de ellos lo expongan. Si guardamos las fichas de una manera ordenada por filas, y nos hacemos después un listado, lo podemos utilizar para futuras clases para hacer preguntas a los alumnos. Siempre se trata de que el alumno reconozca nuestro interés en conocerle.
– Averiguar sus posibles miedos, debilidades o dificultades. Por ejemplo, decirles si es necesario haber cursado alguna otra asignatura antes de enfrentarse a ésta. Que nos digan qué han oído hablar de la asignatura.
2. Conocer sus métodos de aprendizaje.
Por medio, por ejemplo, del juego de Perry, se puede detectar el procedimiento más utilizado de aprendizaje. Consiste en que cada alumno elija, entre 53 afirmaciones relacionadas con la docencia, aquéllas con las que está de acuerdo (se puede utilizar para el primer día de clase, por ejemplo).

3. Que se note el entusiasmo con tu asignatura.
Si estás apático o aburrido, los estudiantes también lo estarán. Dicho entusiasmo viene muchas veces del gusto por la materia o por el genuino placer de enseñar. Se nota cuándo a un profesor le gusta enseñar.
4. Intentar individualizar la enseñanza en la medida de lo posible. Dedicar tiempo a cada estudiante.
Todos los estudiantes quieren satisfacer sus necesidades, y hay que recordar que cada alumno y cada clase son diferentes. Quieren profesores que sean reales, que les reconozcan como seres humanos, que les chequeen regularmente, que apoyen su aprendizaje, que les informen individualmente de su progreso.
5. Tratar a los estudiantes con respeto y confianza.
Los comentarios a los estudiantes pueden hacerse, pero nunca de forma peyorativa. Nunca ridiculizar a un estudiante en público. En ese caso, el alumno, en vez de orientar su energía al aprendizaje, la dedicará a sus sentimientos. Mejor decir las cosas en privado. Si el alumno hace una cosa bien, felicitarle; le dará confianza (en la materia y en el profesor). Démosle al estudiante su dignidad y él nos recompensará con su esfuerzo.
Si detectamos una debilidad en el estudiante, dejarle claro que tus comentarios se refieren a un trabajo determinado determinado, pero no al estudiante como persona. Apoyarle al alumno, en vez de juzgarle.
6. Mantener altas expectativas de los estudiantes.
Si a un alumno le dices que no va a aprobar, se desmotivará. Si les animas diciendo que pueden hacerlo y se le comenta qué herramientas debe utilizar (tiempo de estudio, realización de problemas, trabajos…) sentirá que el profesor tiene confianza en él.
Preguntarles qué pensarían si supieran que su médico, dentista, asesor financiero, etc. justo ha sacado aprobados en la carrera. Animarles no sólo a aprobar, sino a aprender.
7. Señalar la importancia de la asignatura.
Explicar en detalle por qué la materia es importante. Señalar ejemplos de su utilidad en su vida profesional. Realizar problemas prácticos de aplicación. Todo esto desde el primer día
hasta el último, pero siendo realista, analizándolo en el contexto de la titulación.
8. Variar los métodos de enseñanza. Que valga la pena ir a clase.
No vale la pena ir a una clase en la que el profesor se limita a seguir al pie de la letra unos apuntes o un texto, simplemente leyéndolo. Se trata de evitar el aburrimiento, la rutina. Que cada clase sea una aventura nueva. Estamos acostumbrados a las clases magistrales en las que los alumnos son meros oyentes. Pero el estudiante aprende haciendo, construyendo, diseñando, creando, resolviendo, el aprendizaje mejora si se obliga al alumno a utilizar varios sentidos. La pasividad de las clases magistrales amotigua la motivación y la curiosidad de los estudiantes.
Que los estudiantes sepan qué se va a tratar en la siguiente sesión, pero sin saber cómo.
La manera en que un estudiante aprende no depende sólo de su inteligencia o de su educación anterior, sino de su estilo preferido de aprendizaje. Hay que preguntar a los alumnos cómo aprenden mejor.
Tipos de aprendizaje fundamentales:
– Visual: aprenden mejor viendo y leyendo lo que estás tratando de enseñar.
– Auditivo: aprenden mejor escuchando.
– Táctil y psicomotor: aprenden mejor haciendo.
Herramientas que se pueden utilizar:
– Clase magistral
– Clase magistral con discusión.
– Panel de expertos.
– Brainstorming (lluvia de ideas).
– Videos.
– Discusión en clase.
– Discusión en pequeños grupos.
– Análisis de casos.
– Role-playing.
– Ejercicios-problemas de análisis.
– Problemas de diseño-problemas complejos abiertos.
– Simulaciones
– Prácticas de laboratorio, visitas a empresas.
Por qué introducir el trabajo en grupo: los estudiantes aprenden mejor cuando reflexionan, dialogan , preguntan, escriben, resumen y crean su propio conocimiento. Modos de introducir el trabajo en grupo: parejas, PBL, estudio de casos, juegos, simulaciones. El PBL es una técnica en la que se le da un problema al estudiante antes de estudiar los conocimientos necesarios para resolverlo.
Otras técnicas:
– Dejar partes en blanco en las transparencias en zonas críticas, en las que los alumnos tengan que pensar. No dar los temas completos.
– Incluir de vez en cuando diapositivas graciosas, humorísticas….
9. Implicar, si es posible, al estudiante en la elección de algún tema a estudiar.
Esto puede hacerse más fácilmente en las asignaturas optativas.
10. Fomentar la participación activa de los estudiantes. Hacer preguntas.
Ello aumenta su interés y aprendizaje. Moverse alrededor de la clase para fomentar la discusión. Cuando un estudiante hace una pregunta, alejarse de él; así tiene que hablar a toda la clase y coge el protagonismo. Incluso en grupo grande se pueden realizar preguntas.
Pero, un detalle: como profesores, tendemos a hacer preguntas dentro de la categoría del conocimiento en un 80 o 90% de las veces. Estas cuestiones no son malas, pero sí lo es
utilizarlas todo el tiempo. Sería interesante utilizar diversos tipos de preguntas. Aquí están los 6 tipos de preguntas definidos por Bloom (1956):
– De conocimiento: recordar, memorizar, recogida de información (qué, quién, cuando cómo, dónde, describir).
– De comprensión: interpretar, describir con sus propias palabras, organización y selección de hechos e ideas.
– De aplicación: resolución de problemas, poner un ejemplo de …., decir cómo está relacionado con….., ¿por qué es importante…?
– De análisis: identificar motivos, separación de un todo en sus partes componentes, clasificar de acuerdo con…, comparar/contrastar con….
– De síntesis: crear un producto único, original, bien de forma verbal o un objeto físico. Combinación de ideas para formar una nueva totalidad. ¿Qué ideas puedes añadir? ¿Cómo crearías/diseñarías un nuevo…?¿Qué podría ocurrir si combinas…? ¿Qué solución sugerirías para…?
– De evaluación: Hacer juicios de valor sobre asuntos. Desarrollo de opiniones. ¿Estás de acuerdo con…? ¿Qué piensas sobre…? ¿Qué es lo más importante de …? Colocar en orden de prioridad. ¿Qué criterios usarías para evaluar/valorar…?